Tiempo de espera

Flujo, esta es la palabra que sintetiza la esencia de las calles de Eixample. Mantener el flujo constante, evitando los puntos de discontinuidad es lo que dice la ley de continuidad del movimiento. Todo ha de fluir, movimentarse en perfecto equilibrio para no generar el caos. Pero, realmente, es factible crear un movimiento sin ninguna interrupción? No es posible. Entretanto el no ser posible no significa ser un defecto, o una falla del sistema, es justamente lo contrario. Lo linear, interrumpido, lo totalmente constante, lo alienado, la dirección fijada solamente a un punto concreto, es el símbolo de la pobreza total! Un flujo ha de fluir, pero también ha de parar para ganar potencia. El flujo de las calles es comparable a nuestro sistema circulatorio. Mientras las venas cavas traen la sangre pobre en oxígeno al corazón por la aurícula derecha, la vena pulmonar trae sangre de los pulmones rica en oxígeno desde los pulmones, entrando al corazón por la aurícula izquierda. Y la sangre solo es bombeada para el resto del cuerpo por la arteria aorta saliendo por el ventrículo izquierdo, cuando el ventrículo izquierdo esté lleno de sangre oxigenada. Hay un orden, hay un tiempo de espera! Lo mismo pasa en las calles. Los semáforos imponen estas órdenes. Mientras pasan coches, no pasan peatones.

Lo más fascinante de todo este sistema circulatorio de coches y de personas, es que este orden, este tiempo de espera proporciona una característica esencial a la ciudad: el intercambio, el conocimiento, el simple giro de la cabeza del motorista centrada al frente de su volante, hacia una tienda de comercio en una de los chanfrados de Eixample. O la mirada curiosa, o desatenta de un peatón a una descarga de un camión de frutas. Ahí está la riqueza, la esencia del movimiento, del intercambio en las calles. Es imprescindible tener el tiempo de espera para que se disfrute, para que el carpe diem pueda ocurrir entre personas. Muchas veces son pequeños instantes, cortos e desapercibidos espacios de tiempo donde, por ejemplo, una expresión facial séria, monótona, alienada, puede cambiar por una sonrisa, aunque sea tímida. Son en estos cruces donde los cambios ocurren, un punto de vista, una mirada, una sonrisa, un gesto, una palabra.

El comercio de adapta al espacio delimitado por las calles y por los edificios. Los edificios se adaptan a las calles, y éstas son la que determinan el orden, el movimiento. Cerdà, con su brillante idea de crear los xanfrados de Eixample, permite intensificar el intercambio en los cruces. Aumenta el espacio disponible para que las personas pasen, se observen, se comuniquen. Los cruces a partir de allí ganan polivalencia, ganan más vida. Una cafetería, un quiosco de revista y periódicos, un bar, una tienda de frutas. El espacio que era delimitado, estrecho, apenas habitado por los coches, ahora, era amplio, conquistado por el comercio y por las personas. La mirada de un lado a otro de la calle ahora alcanza un punto más lejano, ahora recorre una mayor trayectoria, ahora se ve!

Claro que, la perfección no es del todo alcanzada. Hoy los coches aun siguen marcando presencia en las calles, en los xanfrados. Muchos de estos espacios aun están asignados por aparcamientos, y no por espacio comercial. Barcelona está saturada de coches, de polución. Ya no es un flujo con una concentración equilibrada, sino sobresaturada. El ruido, el intercambio, el sentimiento humano que debe existir entre las personas, la convivencia, son puntos problemáticos, conflictivos que necesitan ser resueltos. El orden necesita ser puesto, el respeto ha de aumentar ante el espacio de las personas y de la naturaleza. El equilibrio dinámico debe existir para que la vida pueda ser vivida, disfrutada de forma sana e intensa.

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